Desde la psicología, cada cierre de año moviliza algo profundo. Es un tiempo que invita a detenernos, a revisar nuestro camino, a reencontrarnos con quienes amamos y, sobre todo, a reconectar con nosotros mismos.
Por Rosa Cornejo Briceño. 14 diciembre, 2025. Publicado en diario Correo, el 14 de diciembreCada diciembre, las luces, los anuncios y las prisas comerciales nos envuelven en una atmósfera que parece dictarnos qué es la Navidad: regalos, compras, promociones y una búsqueda casi desesperada de lo “perfecto”. Sin embargo, este brillo esconde una realidad que muchos sienten, pero pocos mencionan: la celebración navideña se ha ido llenando de objetos y vaciando de emociones.
Desde la psicología, cada cierre de año moviliza algo profundo. Es un tiempo que invita a detenernos, a revisar nuestro camino, a reencontrarnos con quienes amamos y, sobre todo, a reconectar con nosotros mismos. Pero, esta oportunidad suele diluirse cuando se convierte en una competencia silenciosa entre quien da o compra más o para ver quién aparenta una felicidad más completa.
El verdadero sentido de la Navidad no descansa en cajas envueltas ni en mesas abundantes. Está en lo que no puede comprarse, como la calma de una conversación sincera, la risa compartida sin filtros, el abrazo sincero, en la familia que se elige y no en la que se soporta por compromiso.
Este tiempo debería invitarnos a algo distinto y a dejar de lado la hipocresía emocional que muchas familias arrastran por años y abrir espacio para relaciones más auténticas. La Navidad no necesita una convivencia o fotos perfectas, sino presencia real y momentos genuinos. No pide abundancia, sino sentido.
Quizá la mejor manera de celebrar sea regresar a lo esencial, que es agradecer por lo que sí tenemos, reconocer lo que nos dolió, valorar lo que aprendimos y permitirnos disfrutar de la tranquilidad de estar cerca de quienes realmente suman a nuestra vida.
Porque la Navidad no es un escaparate. Es un recordatorio de que la vida es más amable cuando dejamos de medirla por lo que se compra. Empezamos a recuperar la capacidad de estar juntos, sin máscaras, sin ruido, sin prisas. Sentirnos en paz y acompañados, aunque el año haya sido difícil, quizá sea el mejor regalo que podemos dar y recibir esta Navidad.








